lunes, 11 de febrero de 2008

Sin miedo

Sancho dice que mientras no nos enfrentemos a nuestros miedos, la felicidad será sólo cosa de niños.
Ya no somos capaces de imaginarnos un mundo a medida como lo hacíamos de críos, porque ya no jugamos, ya no encontramos el tiempo para imaginar, ni unir realidad con ficción, hacer café con barro o ver gigantes donde sólo hay molinos. La tierna locura a dado paso a la madurez, y el realismo puro se ha hecho dueño de nuestro ser. Ahora sólo creemos que lo más coherente, lógico, enfocado, es marcarnos retos a corto plazo. Y en cierta manera es acertado, pero es coger un poquito de un todo inmenso, es conformarse con una mínima expresión de toda la energía, potencial y optimismo con la que podríamos llenar nuestras vidas.
Pero la conciencia de que todos estamos sujetos al azar, nos hace convivir con un polizonte abordo, un copiloto que nos manda a la derecha ras, a la izquierda ras y controla todos y cada unos de nuestros movimientos. Hablo del MIEDO, ese compañero de viaje que nos boicotea continuamente, que está presente en todas nuestras decisiones disfrazado de sentido común y de prudencia.
Sancho dice que ese miedo es el que no hace vivir a medio gas, petrificados ante el temor de arriesgar demasiado, de buscar un cambio que nos pueda hacer más felices. Nos impide apostar y triunfar, y si no triunfar, equivocarnos y aprender, caer y levantarnos. Porque sólo así está demostrado que somos capaces de llegar más lejos, ser más sabios, realizarnos más.
Sancho dice que el miedo, tiene el poder que nosotros le damos y desgraciadamente suele ser mucho, el miedo tiene distintas formas: el miedo al fracaso (el menos original), el miedo al abandono, el miedo al ridículo…, pero es el mismo demonio con diferente disfraz, el mismo mal con distintas interpretaciones. No son más que formas paralizantes, que hacen de nuestras vidas un juego mediocre en el que las apuestas seguras son las únicas que aceptamos como buenas.
Sancho dice que hagamos el ejercicio: En cualquier momento, con cualquier decisión por pequeña que sea, intentemos pensar quien toma la decisión final, si nosotros, o el miedo. Tristemente, pero a tiempo, nos daremos cuenta que este compañero de piso pesimista, temeroso y gris es en realidad el que nos hace la lista de la compra todos los días. No busquemos más culpables, es el miedo.
Sancho dice: no le demos tanto poder, no se merece nuestros sueños.

miércoles, 2 de enero de 2008

Pisar y ser pisado

Sancho dice que es una pena perder tanto tiempo en rebuscar entre nuestras diferencias. Que el catalán, lengua rica, sonora y bella donde las haya, tiene el mismo derecho a existir que el castellano. Pero interesa decir que el castellano también busca su hueco en tierras catalanas. Porque no estamos todos hechos del mismo molde, ni tan siquiera de la misma arcilla, y la gente sale, pero también entra. Que Cataluña es cosmopolita, mezcla de culturas que la enriquecen, no vayamos a empobrecer su grandeza empalando a quien no se ajusta a los edictos de unos muchos que no son todos. Porque la libertad se supone bandera de nuestro tiempo y no es libre el que no puede elegir que lengua hablar. Sea catalán o castellano, respetemos a quien lo habla y su elección de hablarlo.

Alguien me ha dicho que los comercios de Cataluña están obligados a dirigirse a sus clientes en catalán si éstos lo exigen. Si no lo hicieran, los clientes tienen derecho a poner una demanda anónima. Más en concreto: Dos filipinos que trabajaban de dependientes en una heladería, fueron denunciados anónimamente por no dirigirse en catalán al anónimo cliente. Dos puntos a abordar:

Sobre contestar o no en la lengua con la que se ha dirigido el cliente Sancho dice; allá cada cual y su inteligencia. Que la educación no es política y que es de inteligente tratar a tu cliente lo mejor que puedas. También puede ser que uno no sepa hablar esa lengua, nadie obliga a nadie saber más de la cuenta. Y si el cliente pide respeto, la persona que hay tras el mostrador también lo merece. Y que somos libres de elegir que lengua hablamos estemos detrás de un mostrador o no lo estemos.

Sobre demandas anónimas Sancho dice; ¿habéis leído alguna vez algo más cobarde?. Entiendo que si la demanda es a un tipo que ha pegado una paliza a tu vecino uno no se atreva a dar la cara por sentido común, pero denunciar a dos pobres filipinos que quieren ganarse la vida de la forma más digna y que su único pecado es no haber tenido tiempo de asistir a alguna clase de catalán tras las doce horas diarias que conforman su jornada laboral…, eso le llamo y le llaman cobardía.

Supongo que este tipo de demandas sólo pueden ser anónimas puesto que ¿quién sería capaz de reconocer abiertamente que está coartando la libertad de un individuo y el derecho legítimo de éste a utilizar la lengua que le sale del corazón y las entrañas?. Y se convierte en absurdo cuando se supone que el demandante lucha por lo mismo.

Quiero acabar diciendo que tengo una amiga menorquina que se queja de los catalanes de lo mismo que los catalanes se quejan de los españoles: De robarles su identidad. Dice que ella creció estudiando el catalán en lugar del menorquín y que poco a poco, esa lengua romance resultado de sus conquistas, está desapareciendo. Y algunos dirán que Menorca es poca cosa y yo les diré que desde la perspectiva de toda España, Cataluña también podría ser poca cosa pero no lo es. También les puedo fundamentar con hechos históricos el derecho que tienen las Baleares de desear, igual que lo hacen otros, la independencia de los llamados Países Catalanes, pero sería mucha letra. Así que respetémonos todos que todos tenemos la misma madre: las lenguas romances. Y ojalá nos demos cuenta que a veces mientras nos quejamos de quien nos pisa, nosotros también pisamos, al mismo tiempo, a otro. Conseguir eso es conseguir mucho. Sancho dice.